A MIS 40

Tienes razón, mis ojos no brillan con la misma intensidad con la que miraban a los 20, ni atraviesan la oscuridad de la noche, presos del deseo; pero son capaces de adivinar los pensamientos que me esconden, de romper las mentiras que me dicen y de mirar el futuro de mi vida.

Mis labios necesitan de vez en cuando un poco de carmín, pero te aseguro que la madurez les ha impreso un sabor especial y las sensaciones que despiertan al besar son más profundas que cuando aprendí a amar.




Mis mejillas han cambiado, pero el rubor del deseo y la pasión aún las tiñe cuando me hacen el amor. Es cierto que mi piel no brilla como antes a la luz de la luna, tampoco la seda se detiene en sus poros para envidarla, pero tiembla aún por el roce de unos labios y con urgencia se humedece al contacto de otra piel.
 
Sé de sobra que mi cuerpo no es el mismo que desnudaron la primera vez, pero en la cama es el rompecabezas perfecto para armarlo hasta el amanecer y comenzar de nuevo al mediodía.

Mi cintura y mis caderas están hechas para que lo ciñan con urgencia o con ternura, para bailar sin música en la penumbra o buscar consuelo a las penas.





 
También mis pies han cambiado, ya no soy la que calza zapatillas de altos tacones para seducir, pero mis pasos son más seguros y caminan sin titubeos en la búsqueda de lo que necesito y quiero.

Cierto que mi voz y mis palabras han cambiado; cierto que ya no digo tantos “te quiero” o “te necesito”, pero lo que digo en la cama no lo sabes ni lo has escuchado.
 
Tienes razón, ya no hablo como antes, mis conversaciones son más cortas porque escojo las palabras adecuadas para poder escuchar, para centrar mi atención en quien me habla, para que mi silencio y mis ojos le digan que no hay nada más importante que lo que ha de decirme.




Los periodos de lectura son más largos y las tazas diarias de café me son más placenteras, miro más por la ventana y lloro quedo por las noches por amores perdidos que no regresan.
 
Ya lo ves, la estupidez de mis 20 quedó desterrada y ya no soy la misma. No hay otra más que la dueña de lo que acabo de describir. Te develo a la mujer de 40 en que me he convertido, la que acepta de la vida lo que cada mañana le ofrece y da gracias a Dios por una noche más.
 
Está bien si crees que lo que soy no es lo que quieres o no es suficiente, pero no puedes seguir amando a quien no puede regresar. Aún así… ¿me preguntas qué más puedo ofrecer?

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